Los picantes y los cavila. En la Andalucía de mis antepasados era algo común. Era algo típico que una seña de identidad, un factor diferenciador o una cualidad del patriarca familiar terminara señalando a toda una familia. En el pueblo, al final, donde todos se conocían, se terminaba interpelando a toda una familia por aquel apodo singular del patriarca. Pueblos pequeños donde casi todos eran familia. Pueblos como el Torredelcampo de la provincia de Jaén, de donde partió mi familia paterna con destino Santurce (Vizcaya) hará ya unos cuantos lustros.
Allí mi bisabuelo por parte de mi abuelo paterno era conocido por su afición a las guindillas, le encantaba devorar piparras. No soltaba ni una lagrimilla, simplemente las degustaba con deseo. Eso le genero una fama arraigada en el pueblo por la que era conocido como «El picante», así que, por todo el pueblo a la familia de mi abuelo paterno, se la conocía como «Los picantes». Por contra, a la familia por parte de mi abuela materna se la conocía como «Los cavila». ¿La razón? Mi bisabuelo, un dandi andaluz, de buen vestir y refinadas maneras, el cual solía repetir, una y otra vez, a la hora de hacer negocios algo así como que tenía que pensárselo, cavilarlo, darle vueltas, vamos. Era sin duda conocido como «El cavila».
Obviamente, yo no conocí a mis bisabuelos paternos, tampoco tuve la suerte de conocer a mis abuelos. Así que lo poco que se de ellos es por fotos y por comentarios que mi propia familia me ha hecho a lo largo de mi vida. Me hubiera gustado conocerles, tener más datos sobre como veían la vida, que opinaban, que sentían. Qué se yo, valorar su sabiduría y su experiencia vital. Compartir momentos familiares, pero eso es algo que no pudo ser.
Sin embargo, cuando alguien como yo, escucha tantas historias entorno a estas personas de mi pasado más próximo y se mira reflejado en el espejo y le empieza a dar vueltas y medita sobre ello, se llega a dar cuenta de lo acertado de ambos apodos. Soy un cavila y un picante. Creo que es algo que me acompañara toda mi vida y son dos cualidades que valoro de manera positiva. Es una manera de tener presentes a aquellos que ya no están y de los cuales probablemente por una cuestión de carácter familiar he heredado dichas cualidades.
En parte también, me siento afortunado, no todas las familias en Jaén son conocidas por ser Los Picantes y Los Cavila podría haber sido un apodo más desafortunado.