Recientemente hubo quien me sugirió que lo dejase estar. Que tirase la toalla, que me rindiese. Que dejara de opinar, de escribir, de cantar. Que asumiese la realidad, la aceptase y la hiciera mía. Que me quedase tal y como estoy, pero en silencio, inmóvil, quietecito. Que no molestase a nadie más. Me lo insinuó de una manera locuaz. Se preocupaba por mi bien estar. Así que, no le guardo ningún rencor, al contrario. Solo era un consejo. Su punto de vista.
Lo que quizás no sepa esa persona es que, aunque a lo largo de mi vida lo he intentado, algo en mi interior me impide no ser como soy. Para bien y para mal. Tampoco tenía porque saberlo, al contrario, soy un gran enigma, un desconocido. Un insignificante mortal que vino al mundo de casualidad, de manera accidentada y que, pese a los esfuerzos del destino, logro seguir en pie, vivo.
Esa persona ignoraba como comenzó todo esto. Por eso, creo que es justo contarlo. Empezar por el principio. Abrirme.
Primero, siendo apenas un niño, con 3 o 4 años, empecé dibujando. Así empezó todo, dibujaba continuamente para expresar aquello que por medio de mi voz y mis palabras era incapaz. Expresaba sentimientos e inquietudes en forma de dibujos. El dolor, el rencor, el amor, la pasión. Daba rienda a mi imaginación en cuanto tenia oportunidad. Del colegio al hospital cuando sufría un ataque de asma y viceversa. Adoraba dibujar, quizás era algo innato, no lo sé. Nunca desarrolle más dicha capacidad y al final muy a mi pesar la deje prácticamente en desuso. Después, ya adolescente, sustituí mis dibujos por mis escritos.
A través de frases, palabras, párrafos, letras y las combinaciones de todas estas seguí nuevamente expresando todas mis inquietudes y sentimientos, todo aquello que ocultaba, dejándolo en uno u otro texto para ser descubierto. Aprendí el arte de construir frases, decorarlas con ingeniosas piruetas lingüísticas y dejarlas plasmadas sobre el papel. Coseche el gusto por la palabra escrita, por la argumentación sana, audaz y a la vez irónica. Debo reconocerlo. Esto fue así hasta que llegue a la universidad.
Allí perdí el rumbo. Sin lugar a dudas. Me desvié del que debería haber sido mi camino. Vitalista. Decepcionado con la vida universitaria. Vire la proa al viento. Contacte con la música. Empecé a combinar notas, sonidos, frases, ritmos. Empecé a expresar mis sentimientos e inquietudes en forma de canciones. Autodidacta. Me empeñe absurdamente en dedicar mi tiempo a la música sin ser músico. A dar el cante, a dar la nota. A ser rebelde, irreverente, a proyectar una imagen de mi que no era tal. A ser todo aquello que realmente me habia hecho daño en la vida. Por suerte, desperté a tiempo, reconduje mi vida de nuevo al que debía ser mi camino.
Este proceso que puede parecer largo, fue el que un buen día me llevo a hacer reflexiones en alto. A decir lo que pienso. A ser yo mismo. Necesite casi tres décadas de aprendizaje para poder expresar de viva voz, sin dibujos, sin escritos, sin canciones, mis sentimientos e inquietudes. Recuerdo aquel día muy bien porque es uno de los días más importantes de mi vida. Y creo que ha sido el único, pero es un día inolvidable en el que me sentí liberado, relajado, en paz, desahogado. Un día lacrimógeno en el que las palabras se me hicieron un nudo en la garganta pero que lo cambio todo para empezar de cero una vez más. Me reequilibro. Cuando ahora me siento desequilibrado pienso en aquel dia, en todo lo que cambio y la fuerza que provoco en mí y busco la forma de reequilibrarme de nuevo. Por eso, cuando me dicen que tire la toalla, que lo deje estar, que abandone. Que renuncie y me quede calladito. Sonrió. Persevero. Insisto. Mejoro.
¿por qué nos caemos? Para volver a levantarnos una y otra, y otra, y otra vez.
Gracias.