…la observaba sentado en un banco con una sonrisa de satisfacción mientras ella se perdía en la lejanía.
Reproducía en su cabeza una y otra vez las escenas que juntos habían construido. La humedad, el frío tacto de sus labios fusionados en una perversa mezcla de amor efímero, pasión desenfrenada y vicio psicótico. Sus lenguas entrelazadas jugueteando, saboreando la dulzura picante del placer. Viviendo el momento, construyendo una oportunidad. Sonreía con satisfacción plena, pero sabiendo que nunca más la volvería a ver. Aquello había sido todo, otra vez, se despedía alimentando sus fantasmas más oscuros. Pura perversión.
Sonreía con satisfacción, sí, recordando el roce de sus dedos recorriendo su piel, atrapándola entre sus brazos… acariciando sus cabellos. Recorriendo cada centimetro de su firmeza. Sonreía como siempre incrédulo analizando lo que acababa de vivir, sentir… pensando si todo era fruto de su imaginación o si de verdad aquella conexión había tenido lugar. Surrealista como tantos otros momentos de su vida. Absurdo, incluso patético. Derrotado por la certeza observaba sus curvas contoneándose en la lejanía, como quien contempla la más sublime belleza, a sabiendas de correr el riesgo de volver a convertirse en piedra, con una fulminante mirada suya. Una mirada sincera, bella y penetrante. Puro deseo.
Su pulso acelerado por la desenfrenada aventura se detuvo ipso facto. Se desvanecía en el horizonte. Se perdía. Era un imposible.
Sonreía, por supuesto. Por haber tenido el honor de saborear la miel y quedarse con ese regusto en el paladar. Sonreía, como no, diciéndose a sí mismo, agradecido: «buen viaje soledad y mucha suerte… no nos volveremos a encontrar jamás…»