Si quien lee estas palabras sufre algún tipo de afección cardiaca, está en un periodo de baja autoestima o cree que puede llegar a dañar su sensibilidad le recomiendo que desista en su lectura, mejor no amargarse un grato día festivo, que para algunos, como yo, es además un día de celebración.
Hace 40 años, yo ni tan siquiera había nacido. Los libros de Historia nos explican que fueron momentos convulsos en los que en gran medida la incertidumbre se adueñó del sentir general. En España existía un régimen dictatorial asentado que fácilmente hubiera podido perpetuarse en el tiempo. Sin embargo, hubo personas clave de diferentes sesgos ideológicos que por encima de cualquier interés personal o particular iniciaron los pasos adecuados para sacarnos de aquel modelo de gobierno y llevarnos a lo que hemos conocido en los últimos 40 años. El periodo más amplio de paz, prosperidad y convivencia entre españoles conocido en nuestra Historia. Y todo ello, en gran medida se debe a un texto en el que todos los actores que tenían algo que decir, cedieron un poco para construir algo más grande, un País en valores como la tolerancia, el respeto, la solidaridad, la igualdad y sobre todo la libertad.
De todos es sabido, que hubo quienes no comulgaron con esas decisiones adoptadas, y bajo su propia responsabilidad decidieron actuar en contra de personas y compatriotas suyos que al fin y al cabo no tenían culpa alguna. Por suerte, gracias a las garantías que la propia Constitución ofrece, incluso para aquellos que están en contra de ella, tras mucho esfuerzo por parte del conjunto de la sociedad, se ha conseguido que recapaciten y abandonen en gran medida su metodología aplicada para alcanzar sus objetivos. Algo que debemos agradecer también a dicho texto.
Se trata pues, de un marco de convivencia, de un pacto entre diferentes que de manera sensata permitió alcanzar un consenso político y social, más allá de ideologías, credos, razas, usos, costumbres, sentimientos, egos o rencores. Permitió asentar las bases del Estado social, de una democracia liberal que con sus claros y sus oscuros nos ha permitido cuotas de desarrollo que nunca antes habíamos vivido el conjunto de la ciudadanía.
Gracias a la Constitución, hemos desarrollado uno de los sistemas sanitarios públicos más eficaces del mundo. Tenemos un nivel de alfabetismo jamás conocido en nuestra Historia. Coberturas sociales, derechos laborales, una economía de mercado. Hemos disfrutado del deporte, con éxitos colectivos como las Olimpiadas de Barcelona 1992 o la victoria de la selección de futbol en el Mundial de Sudáfrica de 2010. Culturalmente hablando hemos evolucionado exportando nuestros usos y costumbres, nuestras peculiaridades, tanto las buenas como las malas. Además, todas nuestras lenguas, incluida el euskera, han alcanzado las mayores cuotas de expansión, uso y aprendizaje de su Historia. Gracias a la Constitución, al fin y al cabo, disfrutamos de derechos y libertades, de seguridad, de servicios, de garantías, pero también tenemos obligaciones por supuesto. Obligaciones que por desgracia no todos cumplen y que ponen en serio peligro ese marco de convivencia, sobre todo cuando quienes nos dirigen y gobiernan no son ejemplares.
Estoy de acuerdo con aquellos que piensan que aún hay margen de mejora, que la Constitución necesita una reforma. Pero para ello, es necesario que nuevamente personas que piensan diferente miren más allá de sus intereses particulares y personales y piensen en el conjunto de la ciudadanía española. Porque eso es lo que otorga la Carta Magna, la ciudadanía, una ciudadanía en la que uno se puede sentir y ser lo que quiera ser independientemente de la identidad, ideología, conocimientos, raza, credo, sexo, habilidades, etc.… que se tengan. Hace falta pues esas personas clave que cedan un poco para construir un proyecto más grande e ilusionante que nos garantice otros 40 años de paz, prosperidad y desarrollo en torno a un proyecto de País positivo para todos.
Gracias a todos los que habéis hecho posible estos últimos 40 años. Mi más sincera enhorabuena.