La vida siempre se muestra caprichosa. A veces selectiva, supongo. Busca en cada momento la sorpresa adecuada. El aroma perfecto. El sabor especifico que despierte los sentidos, el alma y la curiosidad. Quizás, quiero suponer, sea solo ese casual capricho el que me ha llevado nuevamente a reencontrarme con el pasado.
En esta ocasión, es preciso trasladarse en el imaginario hasta el siglo XVI, Siglo de Oro de las letras castellanas y máximo esplendor del Imperio Español forjado por la Monarquía Hispánica. Por entonces, Sevilla, gracias a las rutas comerciales abiertas con las Indias americanas, se había convertido en el epicentro del Imperio y, por tanto, en una City londinense o una Nueva York de la época. En el Madrid de los siglos XVI y XVII, es decir, en Sevilla, la familia Alcázar gozaba de gran influencia tanto en la vida política como en los asuntos económicos y culturales de la ciudad. Sin embargo, no es de Sevilla ni de las intrigas políticas o financieras de los Alcázar de la época en lo que me gustaría adentrarme. Más bien en los aspectos creativos de un adelantado a su tiempo, como lo fue Baltasar del Alcázar.
Baltasar del Alcázar podría ser descrito como un hedonista, burlesco, irónico e ingenioso poeta. Innovador capaz de aventurarse por caminos de la poesía inexplorados hasta entonces, adelantándose a conocidísimos creadores como Góngora, Quevedo o Lope. Irreverente, vitalista y desvergonzado; hay quien le ha apodado el poeta gastronómico, Marcial sevillano. Aunque realmente sus datos biográficos son escasos, gracias a su amigo el pintor Francisco Pacheco y su obra Libro de descripción de verdaderos retratos ilustres y memorables varones, se conoce un poquito más a este poeta de pluma burlona y amante del buen comer.
Se sabe, por ejemplo, que nació en Sevilla hacia el año 1530 y murió en la ciudad que le vio nacer el 16 de enero de 1606 a la nada desdeñable edad de setenta y seis años. Sumamente longevo teniendo en cuenta la esperanza media de vida en aquellos tiempos. Aquejado por sus dolencias de gota (parece que los Alcázar siempre hemos sido buenos bebedores), se cree que padeció sífilis (también muy dados a los placeres carnales), o el mal francés, como se conocía en aquel momento a esta enfermedad venérea. De joven sirvió en el ejercito de Álvaro de Bazán, tomando parte en la batalla de Muros (1544), contra los franceses, los cuales le llegaron a tener preso. A lo largo de su vida ocupó distintos cargos políticos e influyentes, se arrimó a varios importantes mecenas de las artes y las letras sevillanas y vivió en ciudades como Jaén o Ronda.
Su obra esta compuesta por 237 poemas seguros y otros 16 de los cuales se considera que son de atribución dudosa, además de un grupo de epigramas espurios, de los cuales alguno ha sido desestimado. Su obra se conserva gracias a una copia que confeccionó su amigo Pacheco en el siglo XVII y se tiene constancia de que sus poemas tuvieron gran difusión en aquella época, a pesar de que hoy en día sean desconocidos. Baltasar del Alcázar, es, sin duda, un personaje digno de ser reconocido y descubierto.
Por ello, para finalizar esta reflexión y como punto y aparte por el momento en esta Historia, reproduciré dos de las piezas que más me han llamado la atención de toda su obra: el epigrama titulado Job y el poema Preso de amores. Aunque tiene otros muchos igualmente recomendables, estos son un buen ejemplo. Además, que me permitan mi egocentrismo, pero me parece a mí que muchos Alcázar hemos heredado su elocuente y tentador sentido del humor, y hasta de alguna manera, viendo el retrato que Francisco Pacheco hizó de su amigo Baltasar atisbo un aparente parecido físico con mi querido padre, quien sabe, igual ni estamos entroncados genealógicamente. Deléitense con esta breve pero buena ración del poeta gastronómico.
Job
A Job el diablo tentó
con tanta solicitud,
que los bienes, la salud
y los hijos le quitó.
Más no pudiendo vencer
su virtud, por inquietarle,
trató de desesperarle
y le dejó… la mujer.
Preso de amores
Tres cosas me tienen preso
de amores el corazón,
la bella Inés, el jamón
y las berenjenas con queso.
Esta Inés (amantes) es
quien tuvo en mí tal poder,
que me hizo aborrecer
todo lo que no era Inés.
Trájome un año sin seso,
hasta que en una ocasión
me dio a merendar jamón
y berenjenas con queso.
Fue de Inés la primer palma,
pero ya júzgase mal
entre todos ellos cuál
tiene más parte en mi alma.
En gusto, medida y peso
no le hallo distinción,
ya quiero Inés, ya jamón,
ya berenjenas con queso.
Alega Inés su beldad,
el jamón que es de Aracena,
el queso y berenjena
la española antigüedad.
Y está tan fiel en el peso
que juzgado sin pasión
todo es uno, Inés, jamón,
y berenjenas con queso.
Al menos este trato
de estos mis nuevos amores,
hará que Inés sus favores,
me los venda más barato.
Pues tendrá por contrapeso
si no hiciere razón,
una lonja de jamón
y berenjenas con queso.
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