En muchas ocasiones los adultos se preguntan que pasa por la mente de un niño cuando recibe un regalo. Y supongo que eso era lo que debía de estar pensando aquella chica cuando me entregó aquel walkman. Yo apenas tenía 10 u 11 años y en mi lista no había ningún walkman. Mi cara fue de indiferencia; inexpresiva tal vez, o todo lo contrario, demasiado expresiva, no sé. En la suya pude vislumbrar la incertidumbre, cara de circunstancia, de no entender mi reacción, de expectativas no cumplidas. No obstante, debe quedar claro que no era porque fuera un mal regalo ni mucho menos. Ni tampoco porque no valorase el gesto que estaba teniendo aquella persona conmigo. El problema, en verdad, fue mi ignorancia. Confundí aquel walkman con algo que ya tenía, que ya me habían regalado. Y claro, yo tampoco sabía lo que era un walkman.
En mi lista, sí figuraba una grabadora, incluso aparecía quién podía regalármela. Era mi primera comunión, claro, con lo que era muy probable que recibiera muchos regalos. Cuestión paradójica, no obstante, pues mi hermano mayor apenas recibió regalos en la suya. Sin embargo, en mi optimismo infantil tenía todo calculado; cada regalo y cada candidato para regalármelo. Todo siempre basado en mi subjetiva percepción sobre la capacidad económica de cada uno de mis familiares. En mi lista tenía escritos regalos indeterminados; sin marcas. Sinceramente me daba igual una marca que otra, yo quería unos patines en línea, un reloj, una grabadora, una cámara de fotos, un microscopio y un coche teledirigido. Además, tenía escritos otros ya más concretos, como cuatro Street Sharks (cuatro, que por cierto, aun poseo) y una Game Boy. También tenía una ecoguía de mamíferos, porque entonces los animales, los dinosaurios y la mitología eran alguna de mis pasiones de niñez. Pero no, el walkman lo añadí después. El walkman no estaba ahí, no entraba en mis planes, no estaba en mi lista de deseos. Era un contratiempo, algo inesperado, quizás innecesario para mí. Una anomalía en mis cálculos, en mi predicción, en el devenir de los acontecimientos. Una circunstancia que derivó en no satisfacer las expectativas de aquella compañera de trabajo de mi madre que esperaba mi ilusión al desenvolver aquel regalo. Pero no, me quedé mirándolo, callado, en silencio, sin saber que decir. Creo que no dije ni gracias.
Sin embargo, la grabadora sí estaba en aquella lista. Era un regalo esperado, un regalo querido, deseado y del que haría un uso increíble desarrollando mi faceta pseudo-periodística, dejando en cintas de casete, citas de mis familiares que para mi pasarán a la Historia como grandes momentos. Recuerdo una en especial, preguntándole a mi tío Paco que le gustaría que sucediera por aquel entonces y él contestándome que quería que lloviese. Ante mi sorpresa, le espeté: “¡¡pero si ya esta lloviendo!!”. A lo que respondió con su acento jienense con un “más, más, más, más, todavía, más, más, más” . Grabación que en su momento escuche una y otra vez en incontables ocasiones y que me hacía tremenda gracia. En cuanto al walkman, lo utilicé, por supuesto, sobretodo para escuchar las cintas que grababa con la grabadora de mi lista y que terminó destripado, fruto de mi curiosidad, por investigar como era el interior de semejante invento.
El contraste entre uno y otro regalo radica también en el hecho de ser una persona creativa o un mero consumidor. Viéndolo con perspectiva, es entendible que no hubiera un walkman en mi lista, pues su única utilidad era la de escuchar creaciones de otros y no la de poder crear las tuyas propias. Por cierto, si os preguntáis si conseguí los regalos de mi lista, debo reconocer que conseguí todos, a excepción de la Game Boy, que finalmente me la regalaron mis padres tras sacar todo sobresalientes un año después de mi comunión, pero eso es otra historia que hoy no toca.